Por: Axel C. Dourojeanni Ricordi. Consultor internacional en Recursos Hídricos.
En los últimos años, numerosos países latinoamericanos han adoptado el discurso de la “transición ecológica” como parte de sus agendas políticas y estratégicas. Esta transición busca redefinir los modelos de desarrollo, orientándolos hacia una economía baja en carbono, resiliente al cambio climático y sostenible en el uso de los recursos naturales. Sin embargo, en la práctica, persiste una brecha significativa entre los compromisos proclamados y las acciones efectivamente implementadas, especialmente en el ámbito de la gestión de los recursos hídricos.
La transición ecológica implica un proceso estructural hacia una economía más respetuosa con el medio ambiente, abordando de manera simultánea la mitigación y adaptación al cambio climático, la conservación de la biodiversidad y una gestión sostenible de los recursos, incluyendo el agua. Sus metas son claras: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, proteger ecosistemas, restaurar suelos y fuentes hídricas, promover el uso racional del agua y la energía, y asegurar la participación ciudadana con justicia ambiental.
Sin embargo, al mirar el caso de América Latina, y en particular el de Chile, emergen contradicciones estructurales difíciles de ignorar. La gestión de los recursos hídricos sigue siendo fragmentada, organizada por secciones hidráulicas en lugar de cuencas integradas. Aún se gestionan por separado las aguas superficiales y subterráneas. Las soluciones basadas en la naturaleza no se han masificado, y la institucionalidad de cuenca —comités, consejos— permanece débil o incipiente en muchas zonas. Además, sigue pendiente la implementación de una planificación hidrológica vinculante, como los SDAGE y SAGE franceses.
Justamente, Francia ofrece un ejemplo valioso sobre cómo operacionalizar la transición ecológica en la gestión hídrica. Su planificación territorial y sectorial se basa en planes por cuenca, elaborados de forma participativa y con carácter vinculante. Existen observatorios de cuenca, mecanismos de financiamiento ligados al uso del agua, y una articulación sólida entre niveles de gobierno y usuarios.
La transición ecológica no debe quedarse en el discurso ni en estrategias formales sin implementación. En el ámbito de los recursos hídricos, urge modernizar el sistema de gestión, mejorar la coordinación por cuencas y optimizar el uso del agua extraída de las fuentes. En general, se sabe lo que se debe hacer. Solo falta ponerlo en práctica.
Sin estos componentes, el concepto pierde sustancia y se convierte en una narrativa sin transformación efectiva.
