Los cambios son para mejor, siempre y cuando nos adaptemos a dichos cambios

Por Ignacio Salazar Cárdenas. Magíster en Medio Ambiente

Dentro de las estrategias para mitigar el cambio climático, la gestión hídrica ocupa un lugar central. Esta disciplina abarca la planificación, el uso, la conservación y la distribución del agua, trascendiendo los límites de una cuenca para abordar aspectos clave como la cantidad, calidad y acceso al recurso hídrico en distintos usos.

La gestión del agua está estrechamente vinculada al concepto de seguridad hídrica. Según el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la seguridad hídrica se define como “la posibilidad de acceso a cantidades de agua suficientes para satisfacer diversos usos, garantizando la calidad de los recursos hídricos, incorporando consideraciones sobre el cambio climático en la planificación de infraestructura y promoviendo la valoración de los servicios ecosistémicos relacionados con el agua”.

Frente a cambios ambientales cada vez más drásticos, la capacidad de adaptación se convierte en una prioridad. Para ello, se han desarrollado modelos y reportes que proporcionan información detallada sobre variables climáticas a nivel global. En este contexto, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) ha elaborado proyecciones sobre los efectos del aumento de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4) y el óxido nitroso (N2O).

Por su parte, el Instituto Mundial de Recursos evalúa el nivel de estrés hídrico en función del consumo industrial, agrícola y doméstico en relación con la disponibilidad de agua para el año 2050. En el caso de Chile, las proyecciones indican la continuidad de una sequía severa en los próximos años.

El calentamiento global, provocado principalmente por el aumento de las emisiones de CO2, CH4 y otros compuestos derivados de la quema de combustibles fósiles, ha generado un aumento en el nivel del mar y el calentamiento de los océanos. Durante los últimos 50 años, los océanos han absorbido cerca del 90% del calor atmosférico, y su ritmo de calentamiento se ha duplicado en los últimos 20 años, alcanzando una velocidad tres veces mayor que el promedio global en el suroeste del Pacífico (Deutsche Welle, 2025). Esto se evidenció en 2023, cuando las temperaturas oceánicas alcanzaron niveles récord.

El cambio climático también está alterando la criósfera, provocando el derretimiento acelerado de las capas de hielo en los polos y los glaciares de montaña. Como resultado, cada año se pierden 150 mil millones de toneladas de hielo en la Antártida y 270 mil millones en Groenlandia. Según informes científicos recientes, un aumento de temperatura superior a 1,5 °C podría desencadenar un colapso irreversible de las capas de hielo de Groenlandia y la Antártida occidental, con consecuencias devastadoras para el nivel del mar (Deutsche Welle, 2025).

Si bien persisten incertidumbres sobre los efectos del cambio climático en la recarga de los recursos hídricos, es crucial no ignorar los impactos a gran escala. Un ejemplo es la cuenca del Amazonas, cuya alteración influye en el clima global. La profesora Lilia Roa, bióloga de la Universidad Javeriana, destaca que “las sequías en la Amazonia están relacionadas con fenómenos atmosféricos globales que reducen las precipitaciones y aumentan las temperaturas”. Esta situación subraya la necesidad de planes y estrategias estatales, ya que la inacción solo agrava las consecuencias negativas.

En Chile, las políticas de seguridad hídrica son limitadas. La Ley Marco de Cambio Climático (Ley N. 21.455) es la única normativa que aborda el tema, definiendo la seguridad hídrica como “el acceso al agua en cantidad y calidad adecuadas, considerando las particularidades de cada cuenca y promoviendo la resiliencia frente a sequías e inundaciones”. No obstante, la disponibilidad y protección del agua ya no puede depender exclusivamente de expertos y gestores hídricos. La responsabilidad también recae en líderes políticos, administradores gubernamentales y tomadores de decisiones, quienes deben garantizar un desarrollo sostenible sin comprometer los recursos hídricos.

El monitoreo y registro de indicadores es fundamental para la gestión hídrica. En Chile, la plataforma INVEST revela que el país cuenta con pocas boyas de monitoreo en comparación con Australia y Nueva Zelanda, lo que dificulta la evaluación del nivel del mar y la toma de decisiones informadas. Esta carencia de datos limita la capacidad de prevenir y adaptarse a eventos extremos, como se observa en la falta de planes integrales para la cuenca del río Loa.

El futuro de la seguridad hídrica depende de la convergencia entre ciencia, tecnología y política pública. La inteligencia artificial desempeña un papel clave al analizar datos de sensores y sistemas de monitoreo para detectar problemas antes de que se conviertan en crisis. Además, la economía juega un rol crucial. Christian Valenzuela, ingeniero en recursos naturales y fundador de Agua Circular, destaca que “en Chile, más que sumar regulaciones complejas al Código de Aguas, es necesario crear normativas simples y fortalecer la institucionalidad para lograr una gestión adaptativa”.