La construcción moderna es un consumidor oculto pero voraz de agua. No basta con pensar en el costo del acero o el hormigón: levantar un edificio implica un gasto hídrico enorme. Por ejemplo, en Chile se estima que una vivienda de 100 m² puede requerir más de 130.000 litros de agua durante su construcción.
Esta cifra se dispara en edificios de mayor altura o complejidad, pues cada metro cúbico adicional de hormigón implica cientos de litros de agua para la mezcla, el curado, la limpieza de la obra y el control de polvo. Además del uso directo en obra, los materiales constructivos tienen una huella hídrica propia: producir una tonelada de cemento exige cerca de 1.500 litros de agua y fabricar un ladrillo común consume en torno a 2 litros de agua. En suma, la cadena productiva del cemento, ladrillo, yeso y otros materiales absorbe miles de litros en procesos industriales antes incluso de llegar al sitio de construcción.
Esta realidad es especialmente crítica en Chile, donde 156 comunas están oficialmente declaradas en situación de escasez hídrica. La sequía que afecta al país desde hace más de diez años (menos nieve en la cordillera, menos precipitaciones) no solo complica el suministro agrícola o urbano, sino que replantea cómo diseñamos y construimos nuestras ciudades. Estudios internacionales señalan que el sector construcción consume alrededor del 30% del agua dulce mundial, y en Chile representa un 6–7% del consumo total (incluyendo operación). En otras palabras, cada edificio nuevo agrega presión a un recurso cada vez más escaso.
Estrategias de eficiencia y reducción para la construcción
Ante esta “verdad incómoda”, la industria avanza hacia soluciones de construcción sostenible que contemplen el agua como variable clave. Entre las estrategias emergentes se encuentran:
Optimización del hormigón: Emplear aditivos reductores de agua (plastificantes, superplastificantes, acelerantes de fraguado) y concretos de alta resistencia permite bajar la relación agua/cemento sin sacrificar calidad. Por ejemplo, un hormigón convencional de 0.6 de relación agua/cemento puede ajustarse a 0.4 con productos adecuados, ahorrando miles de litros por edifico.
Recirculación y re-uso en obra: Instalar sistemas de tratamiento en las faenas para capturar y reutilizar aguas grises (duchas, lavamanos) o de lluvia. Varias constructoras chilenas, apoyadas por innovación local (p. ej. la startup Yaku Biofiltro), ya aplican biofiltros que purifican agua de obra para reinyectarla en descargas sanitarias, riego de áreas verdes y procesos constructivos. Estas tecnologías pueden reducir 40–70% el uso de agua potable en la obra, como demuestra la reutilización de más de 260.000 litros en una faena modelo de Santiago.
Captación de aguas lluvias: Incorporar estanques y canalizaciones que recolecten agua pluvial para uso no potable (riego, mezclas de concreto, limpieza). Sistemas de recolección de lluvia pueden satisfacer buena parte de las demandas de regadío o de descarga en obra, aliviando la presión sobre fuentes potables.
Diseño con eficiencia hídrica: Aplicar desde el inicio criterios de bajo consumo: plantas autóctonas de bajo riego en paisajismo, pavimentos permeables para favorecer la infiltración natural, vegetación xerófita que requiera menos agua. También instalar medidores inteligentes en la obra y en las viviendas para monitorear consumos. El reciente Manual de Uso Eficiente del Agua en Obras (CChC –CDT) recomienda planificar el responsable hídrico de obra, estimar volúmenes necesarios y establecer objetivos de reducción. Estos lineamientos ayudan a que cada proyecto incorpore cláusulas ambientales específicas sobre el agua en los contratos de construcción.
Materiales de bajo impacto hídrico: Elegir materiales cuya producción demande menos agua. Por ejemplo, revestimientos de piedra natural o cerámica requieren mucho menos consumo hídrico que metales y cementos industriales. Cada decisión (desde el acero estructural hasta los acabados) influye en la huella total de agua del edificio. Estudios de ciclo de vida revelan que la huella hídrica de un ladrillo rondaría solo 2 L por unidad mientras que el acero inoxidable excede los 100 L/kg. Favorecer materiales locales y naturales reduce indirectamente la demanda de agua embebida en la construcción.
Cumplir estándares de construcción sustentable: Las certificaciones nacionales –como el CES para edificios públicos o la Calificación Ambiental de Vivienda Sustentable (CVS)– incluyen exigencias de eficiencia hídrica en diseño y construcción. La categoría “Agua” en estos sistemas promueve el uso eficiente y la reutilización del recurso, ajustándose a la realidad climática local. Asimismo, la gestión del agua se integra en los códigos verdes internacionales (LEED, BREEAM, EDGE, etc.), que contemplan créditos por reducir el consumo de agua potable y recuperar aguas grises.
Las medidas anteriores evidencian que la gestión hídrica no es ajena a la sostenibilidad urbana: hoy forma parte del estándar técnico. Como apunta Roberto Luna G., gerente de CIPYCS .
Esto implica que cada edificio nuevo incorpore un plan concreto de uso eficiente del agua, validado con indicadores medibles. Herramientas como el Manual PRO de CChC/CDT proporcionan métodos detallados: planificación de gestión, instalación de señalética, capacitación de equipo y monitoreo continuo.
En conclusión, la construcción sustentable con bajo consumo hídrico sí puede marcar la diferencia, pero requiere voluntad y planificación. Las cifras (susceptibles de medirse a nivel de proyecto) muestran que el agua no es un recurso infinito en obra. Adoptar prácticas probadas (recirculación, re-uso, diseño eficiente) y alinear los proyectos con estándares nacionales e internacionales garantiza no solo edificaciones más responsables, sino también resiliencia urbana frente a la crisis climática. Al final, medir, reducir y gestionar el agua en la construcción deja de ser una opción para convertirse en un pilar ineludible de la sostenibilidad.
PASIVA, arquitectura y planificación sostenible