Por: Claudia Papić. Bióloga y experta en sostenibilidad.
Este 22 de abril, al conmemorar el Día de la Tierra, nos enfrentamos a una realidad alarmante: la humanidad ha sobrepasado seis de los nueve límites planetarios que garantizan un entorno seguro y estable para la vida en la Tierra. Estos límites, definidos por el Stockholm Resilience Centre, incluyen el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la alteración de los ciclos del nitrógeno y fósforo, el cambio en el uso del suelo, la contaminación por nuevas entidades químicas y el agotamiento del agua dulce. Además, la acidificación de los océanos se encuentra peligrosamente cerca de su umbral crítico.
La transgresión de estos límites no es una abstracción científica; sus consecuencias son tangibles y devastadoras. En 2024, América Latina y el Caribe registraron 56 eventos peligrosos y desastres naturales que afectaron directamente a más de 6 millones de personas y causaron la pérdida de más de 800 vidas. A nivel global, las lluvias torrenciales y otros desastres relacionados con el agua provocaron la muerte de 8.700 personas y pérdidas económicas que superaron los 500.000 millones de euros.
Estos hechos no son aislados. Son síntomas de una enfermedad sistémica: la forma en que desarrollamos nuestras economías y gestionamos nuestras organizaciones.
Por eso, en este Día de la Tierra, debemos ir más allá de la preocupación ambiental. Es momento de reconocer que el verdadero desarrollo sostenible exige una transformación profunda en la manera en que operan las organizaciones, tanto públicas como privadas. Gestionar los riesgos que amenazan la continuidad de sus operaciones ya no es suficiente. También deben asumir la responsabilidad activa por los impactos que generan en los sistemas naturales de los cuales dependen.
Hoy, nuestra Madre Tierra —que celebra su día— nos está pidiendo un cambio. Nos llama a replantear el propósito de nuestras organizaciones, a integrar la sostenibilidad en la estrategia de negocio, y a construir modelos que no sólo eviten el daño, sino que regeneren los ecosistemas y promuevan justicia para las generaciones futuras.
Porque honrar a la Tierra no es solo plantar un árbol o apagar una luz. Es tomar decisiones conscientes, valientes y transformadoras. Y en ese camino, todas las organizaciones tienen un rol que jugar.